Retomemos cuando llegué a Ibiza, viajaba ligero de equipaje y había leído algo sobre sus gentes, tradiciones e historia, todo me atraía mucho por lo que había decidido conocer la isla en primera persona.
La primera vez me recorrí la isla de palmo a palmo, conocí los pueblos, la mayoría de las playas y calas, restaurantes de comida tradicional, a algunas familias que trabajaban el campo, a los artesanos, los mercadillos hippies, el norte, el sur, el este y el oeste, las carreteras estrechas con esos maravillosos cultivos y esos campos de tierra roja en verano y manto verde en invierno.
Disfruté un mes entero de todo aquello, aprendí mucho de toda la gente que me fui encontrando y descubrí que en esta isla existía un modo de vida diferente, que me hacía sentir una libertad en mi interior y una armonía y felicidad extrema que no sentía en otros lugares donde supuestamente estaba todo lo que yo quería.
Dormía cada día en un sitio, en hoteles, hostales, campings e incluso en casas de personas que amablemente me invitaban a compartir con ellos un poquito de sus vidas y de la mía. Y así conocí al dueño del que sería mi rinconcito preferido para refugiarme y escribir en Ibiza los 9 años siguientes: Marina Palace.